SOBRE EL USO DEL «VOS» EN COSTA RICA
Fabián Dobles Rodríguez
Texto sustitutivo del discurso de ingreso
a la Academia Costarricense de la Lengua[1]
¡ALERTA, USTEDES!
«Si ves pan o comida dentro del horno o sobre la cocina, no trates de cogerlos. ¡Podrás quemarte! Mejor pedile a un adulto que los alcance» (subrayado mío).
Ese consejo aparece así escrito en el suplemento Aprendamos, n.o 29, del martes 7 de setiembre de 1993, del diario La República, y lo da Consejito, personaje infantil graciosamente concebido y dibujado para los niños.
Curiosa casualidad que la «desconcordada» coexistencia de la forma verbal «trates» y «pedíle» (que tildo en la i por ser inclítica y así debe ser) aparezca a continuación de un artículo titulado «¿Qué significa independencia?», publicado a propósito de la conmemoración cercana del 15 de setiembre y donde acababa de leer entre otros valiosos pensamientos uno que dice: «Igualmente, nuestra cultura es mancillada día a día a través de la pérdida de nuestra identidad cultural». El artículo todo, por cierto, merece leerse: es un vibrante llamado a comprender a fondo por qué la decadencia de la identidad nacional y la necesidad de atajarla y luchar por una verdadera patria soberana en todos sus aspectos. Y si ahora prosigo con la discordancia entre trates y pedíle, síntoma de «débil conciencia nacional», de la que precisamente se lamenta el artículo citado, idiomáticamente en este caso, no se debe a voluntad de afear ni deslucir el aludido suplemento y menos la muy eficaz intención del artículo donde se quiere sacudir a mentes y arrebatar a corazones para fortalecer esa conciencia de identidad e independencia, sino para contribuir a este «¡Alerta, ustedes los todavía costarricenses de cepa!», desde mi posición de escritor centinela que ha intentado escudriñar la vida de sus paisanos y la suya propia como uno de ellos, incluida como prioridad vital su parla de todos los días —indivisible en cada ser humano de su pensar, sentir, recordar y soñar—, donde la función y presencia del verbo predominan sobre todo los demás porque es el movimiento y la acción.
En el «consejo» antes apuntado, trates es forma de tuteo y decíle del voseo. La confusión que aquí se evidencia puede parecer —en la actualidad y no sé si para todavía pocos o ya muchos compatriotas— inofensiva o intrascendente, sobre todo a los ya aplanados por la infracultura del «portamí». Más como acuse de recibido de cuanto puede estar sucediendo psicosocialmente en nuestro país y, peor aún, dentro de su alma profunda nacional, me parece grave corrosión interna demostrativa de que, al par de suplantaciones, despojos, arrinconamientos, robos descarados, aplastamientos, domesticaciones y tantas otras calamidades en los campos económicos, social, político, ecológico, moral y religioso, también nos están arrastrando desde fuera a ser y sentirnos al conjugarnos los unos parlandos con los otros, extraños y ajenos a lo que somos y traemos del pasado.
¿No le ha sucedido a usted que al atendérselo en alguna tienda del centro comercial de San José o de Alajuela, alguna vendedora de origen probablemente campesino lo tutee lisa y llanamente («¿Quieres que te la alcance?; fíjate qué tela más fina…»), como en las telenovelas cotidianas? A mí sí, y me he quedado tartamudo. Quizá se llame Yorleni, Evelyn o Jennifer y pertenezca a la legión de nueva nomenclatura inglesa que viene del Registro Civil y los libros parroquiales de unos decenios a esta parte como otro síntoma-plaga de la enajenación de la cultura de nuestro asediado y casi indefenso país, cuyos habitantes últimamente se caracterizan en proporción cada día mayor por su falta de personalidad cultural e idiomática. Se me ocurre aquí preguntar si habrá todavía periodistas que no escriban, al modo ríoplantese, ese ajeno recién que «recién en los últimos años» nos ha llovido desde el cono sur y que a lo mejor debe de parecerles una novedad estilística que ignoraban y «recién descubren»; o bien cuántos estarán enterrados de que iniciar nunca fue verbo intransitivo, como sí lo son empezar, comenzar, por lo que no se debe escribir «el partido inició a las once», sino obligadamente «se inició», ya que no hablamos inglés; todavía hablamos el español dialectal costarricense, donde aún podemos solazarnos con nuestras venerables formas reflejas o cuasirreflejas, riqueza de que no disponen algunas otras lenguas. Y aunque estos últimos apuntamientos parecen desviarse del meollo de mi artículo, los menciono —al igual que podría hacerse con otros similares casos—como hincapié en nuestra flojera colectiva para sostenernos en lo que nos pertenece y caracteriza, sin doblegar la cerviz ante cualesquiera novedades forasteras, a las que con tan siniesca debilidad se tiende a imitar.
En un cuento muy conocido y muy costarricense, pero también iberoamericano y universal, leemos:
—Pues te me quitás de aquí ya, ya, si no querés que salga de vos ahora mismo; y cuidadito con volver a asomar la nariz por aquí, porque te va a saber feo. Este yurro es mío y pedile a Dios que no me arrepienta de dejarte ir.
Tío Tigre se las pintó sin esperar…
¿Pueden ustedes imaginarse a Tío Conejo diciendo «quitas», «quieres», «salga de ti», «pídele a Dios»? Sueñen por unos momentos con una conchería de Aquileo romanceada en «tú» y en «ti», o con los bananeros de Fallas o el palmitero de Max Jiménez diciendo «entiendes» por «entendés» o «dinos» por «decínos»; bueno, se sentirán en cualquier país menos Costa Rica.
Mas no es sólo asunto de pueblo llano, sino cosa de arriba abajo y abajo arriba. Vayan si no y se lo preguntan al maestro de la novela Juan Varela pero asimismo a don Federico, el muy señor burgués bananero de Murámonos Federico, y también a la Tía Tula y los cafetaleros «levas» de Los molinos de Dios, por citar narraciones de las más sobresalientes y conocidas de antes y de ahora donde, como en otras tantas a su vez renombradas, se hace vivir literariamente a nuestra gente en diversas circunstancias y tiempos y zonas sociales. Si no se tratan de «usted», en relación de confianza entre amigos o cariñosamente lo corriente y normal es tratarse de «vos», como de padres a hijos o entre hermanos; a veces, hasta entre desconocidos que al relacionarse se sienten iguales. De ese modo, son como son, y si no no son; es decir, no somos. Su lenguaje natural espontáneo así se lo manda para expresarse, como cifra y suma que este constituye de cultura histórica y memoria colectiva integrada, porque el voseo es signo que nos identifica y diferencia, por de fuera, en la forma, mas, desde muy adentro, en la sustancia psicológica.
Ah, pero sin embargo ahora está aconteciendo que hasta la Virgen de Sarapiquí, a juzgar por el rosario de ingenuidades y rarezas que se pueden leer o escuchar en diversas informaciones públicas, no trata de «vos» a su iluminado mensajero. Por lo visto, en las alturas celestiales están mal enterados de que nuestro país, fraguado históricamente por pobres y pobretones pobladores-hidalgüelos, por Ley de Indias «caballeros», campeó y se impulsó el tratamiento de segunda persona en plural ficticio, como aconteció en el inglés con el you y en el francés con el vous, claro indicio histórico-lingüístico, según autorizadas opiniones, de una movilización social clasista de tendencia niveladora con trasfondo democrático o democratizador, en sentido adverso al espíritu servil y al dominio noble sobre los plebeyos.
Y ya que de Vírgenes y Sarapiquíes decimos, pensemos si este novedoso o novelero fenómeno recién aparecido en Costa Rica (del que sociólogos, teólogos y hasta llanos sacristanes escribientes se hallan muy ocupados discutiendo) en clara competencia de clientela para con la costarricense Señora de los Angeles, que tanto nos significa a los aquí bien nacidos y criados por humildosita y popular, no será en el fondo también ostentosa y bien publicitada muestra más de la que califiqué débil personalidad nacional; en este caso, reflejada en el campo religioso, tan susceptible a supercherías e influjos disolventes que provienen de presiones ajenas a lo que nos autentica o autenticaba como conglomerado humano. Obsérvese cómo a nuestra Virgen de extracción popular, oscura piedra plebeya y connotación indígena y mestiza, se le enfrenta de buenas a primeras otra, pero solemne y de aparente poder solar, producto de la que podría catalogarse «transnacional de las apariciones marianas», estas siempre de atuendo celeste y semblante caucástico-eurocéntrico, clara señal de aculturación no ajena en la psicología social a tantos otros fenómenos colectivos a menudo sicóticos que se dan y repiten en la gama de los grandes espectáculos modernos, llenos de estímulos multiplicadores productos de efectos especiales donde no faltan los alucinantes juegos de luces y escarcha luminotécnicas.
Bueno, es verdad: el desarrollo cultural se nutre globalmente de un irrefrenable toma y daca histórico en movimientos continuo, donde se supone que unos y otros pueblos, estas y aquellas regiones de la tierra, trasladándose de un modo y de otro en el tiempo y el espacio, se influyen recíprocamente e intercambian sus grandes y pequeños hallazgos culturales (hablando a macrohistórico rasgos y sin excluir lo negativo junto a lo positivo), de manera y pese a tantos desgraciados encontronazos y pérdidas a la corta de los unos o los otros, que es la humanidad toda quien acumula, suma, multiplica y gana, a la larga, y así se enriquece culturalmente.
Sólo que las naciones como la nuestra, especialmente en estos acelerados tiempos de los enromes saltos científicos y tecnológicos y las intercomunicaciones ensordecedoras en poder de los grandes imperios dominantes, llevan por pequeñas y débiles las de perder, al igual que lo arrastran en los mezquinos y sucios campos de la economía y las finanzas internacionales, si no adquieren conciencia plena de sí mismas y defienden su personería profunda en este perenne proceso de asimilación e intercambio cultural, en el fondo necesario y fructífero considerado como totalidad en marcha hacia el futuro, mas también capaz de borrarnos de la faz del planeta como ser nacional con nombre auténtico propio.
Casos curiosos hay en nuestra historia para hacernos temer lo que podría acontecernos como pueblo al que con facilidad se lo logra hacer pasar por inocente hasta el extremo de creer a pie juntillas suya y solo una canción, la Patriótica costarricense, donde se canta «a la sombra crecí de tu palma, tus sabanas corrí siendo niño», pero en cambio no hay mención ninguna a montaña, volcán ni río, aunque sí una alusión a «los goces de Europa» que no encaja para nada en un país sin familias terratenientes ausentistas ni millonaria burguesía peninsulera o afrancesada. Y todo el mundo tan campante. En este caso (canción llegada de Cuba, probablemente a fines del pasado siglo) este ingenuo adueñamiento no ha hecho más daño, si lo hubiera, que exhibirnos como país sencillo y despistado. Lo traigo, no obstante, a cuento porque hoy en día todo hace pensar que de un modo y de otro una cúpula poderosa que en mucho ha perdido autenticidad nacional y se identifica predominantemente con una posición subjetiva transnacionalista, influye en todos los aspectos de la vida nacional y parece estar cambiándole la fisonomía interna a mucha gente sencilla que de nada de esto es responsable, haciéndole pasar todos los días por inocente para que crea que es liebre el gato.
Tal minoría piensa y siente, más que en español, en inglés, independientemente de hablarlo o no. Hace algunos decenios se asomó a la prensa de que a Costa Rica le convendría convertirse en Estado Libre Asociado, al modo portorriqueño.
Aunque, si no recuerdo mal, a la atrevida sugerencia no le soplaron notorios vientos favorables por su apariencia ligera y superficial, creo que esta superficialidad llevada ya en sí la cabecita de un iceberg oculto en las turbias aguas político-sociales de aquellos días. Y si ahora lo menciono es porque de igual manera piensa y quisiera actuar, o de hecho actúa, consciente o inconsciente, la más predominante mayoría de esa cúpula privilegiadamente influyente, caracterizada, matices más, matices menos, por importarle muy poco el destino de Costa Rica como nación y pueblo con personalidad propia, crecimiento diversificado y sano y perspectiva feliz, porque su cuenta bancaria y la bienandanza y medro de su círculo y su clase están primero.
Bajo su dominio casi total se hallan lo más poderosos medios de comunicación social que también —matices más, matices menos— obedecen a sus apetitos económicos, políticos y «culturales»; la televisión en primer lugar, instrumento de comunicación audiovisual el más aplastante y deformador que, por más costoso y difícil de ser competido, resulta la más, más y más —matices apenas menos— la mayoría enlatados desde las grandes urbes de la violencia, el crimen, las mafias, la internacional antiestética de la glotonería espasmódico-musical y tantas cacomaniáticas carcajadas que ningún genio del mal, ni aun proponiéndoselo con toda intención, lograría concebir y diseñar mejor para seducir, disolver y despedazar almas adolescentes ávidas de estímulos.
Todo lo anterior, apenas un esbozo de tantos envoltorios dentro de los cuales se le sirven a nuestra gente formas y contenidos no siempre , pero sí generalmente, necios o nefastos y desmoralizadores que por subyacentes oscuros caminos deben de estar integrándose corrosivamente en el alma nacional, enajenándola y en gran medida haciéndola degenerar lastimosamente (pensemos en los pandilleros neoyorkinos que han infestado a San José y los travestis como en San Francisco que pululan por los reductos de La Dolorosa al sur) hasta extremos nunca antes sospechados. Peor aún si, como bien se sabe y tantos acentúan, esto acontece en un país donde la situación creciente de pobreza y desesperanza de tanta gente convierte el medio social en una esponja quemante que absorbe con avidez este ir de mal en peor que nos viene caracterizando desde hace rato en lo ético, lo estético, lo político, lo religioso y lo delictivo, así lo miren con los anteojitos del pollino de la fábula algunos soñadores.
Bueno, si ya por culpa de esa cumbre de cien palancas que impone leyes, tratados, empréstitos, contratos y gobiernos (lo nuestro no es, soñadores, si bien se mira, una democracia: sin eufemismos, más bien una oligarquía ilustrada y muy bien disimulada, democrático-teocrática, que adora su fetiche, el voto, dividido siempre; esto sí, en mitades intercambiables cupularmente para divertimiento cuatrienal del rebaño multitudinario y la repartición de gajes y viajes), se nos están acabando las playas en realidad propias; las mejores bahías se van volviendo ajenas; los bosques se los llevaron casi todos navegando en barcos bananeros; le regalaron al diablo buena parte de los mejores ríos; el Golfo Dulce, dulce golfo (único en el mundo), pende del hilo de una tremenda transnacional; hoteles, restaurantes, lugares de descanso —todo eso que podía antes disfrutarse en grande frente a la maravilla de la naturaleza— ahora llevan nombre muchos de ellos en lengua extranjera y no los pueden pagar ningún costarricense, como no sea millonario. Hipódromos, casinos, sitios prostibularios de carísimo postín por arriba; crack, marihuana y puñaladita segua por allá abajo, qué fantasía disnilandiana para infancia del siglo venidero. ¿Adiós, para siempre adiós, a los últimos monos colorados, los postreros manatíes, los que ya no veremos tigres ni ocelotes, se nos acaban las guacamayas; las iguanas, qué lástima, ya nadie las recuerda; ayer murió el último cedro amargo, amargo, amargo? Todo esto se me ocurre leyendo frente a esta plaza de pueblo donde aún juegan futbol los escolares, el letrero de la que en otro tiempo llamábamos la taquilla del barrio y después la cantina; ahora dice, aunque nadie sepa del genitivo sajón, Yuca‘s bar y, calle de por medio, Abastecedor Santa Marta. Como que se ha prohibido la palabra pulpería, al modo en que para los anuncios y recomendaciones comerciales de prensa y televisión (no sé si de radio también) está vedado emplear el voseo con los compradores costarricenses; por lo visto, todos los españoles, chilenos o mejicanos. Extraña manera de comerciar. Existe entre cierta gama de intelectuales de altos pujos y publicistas de altos vuelos una especie de vergüenza generalizada con respecto al idioma que hablamos, particularmente en lo concerniente al idioma que hablamos, particularmente en lo concerniente al voseo, atribuible a un fenómeno no ajeno a complejo, producto de la ignorancia como nación pequeña de que en otros países y regiones mayores también vosea y todo el mundo feliz de la vida, pera aquí nadie aparenta saberlo.
Y pues de vender hablábamos, Camaquire y Cocorí, heroicos caciques aborígenes que las maestras de mi tiempo enseñaban a venerar como símbolos muy amados de entereza patriótica, se trocaron en dos importantes instalaciones comerciales capitalinas de múltiples y variadas líneas. Hace más de medio siglo, Cocorí, mártir de nuestros primeros días como país en germen, había ya sufrido la afrenta de que le tomaran prestado su nombre para ponérselo a un ron enloquecedor que lanzó en aquellos años la Fábrica Nacional de Licores. ¡Qué confusión! Vaya manera de autenticarse dignamente ante los demás pueblos. ¡País atrabiliario el nuestro, a veces!, por causa de esas cúspides mandantes, grandes o chiquitas, gracias a las que lindos nombres de procedencia terruñosa y tradicional se han extinguido, por ejemplo el de Pacaca, y aquí, al alcance de mi respiración, el Bajo de la Cazuela.
He tratado en el curso de este cuarto a espaldas urdido un poco a lo mosaico herido y apasionado en defensa de la personalidad de nuestro país, del asedio o escamoteo a que se está sometiendo el tradicional voseo costarricense y, lo confieso, tiemblo un poco por su futuro, si no nos ceñimos bien el santo y seña que nos define como nación.
Retomando el hilo con que lo comencé, terminaré con otro significativo ejemplo: Acabo de leer en un cuento recién publicado, de uno de muchos diálogos que se pueden suponer entre los costarricenses, estos abalorios:
…Julieta, no sabés cuánto me he acordado de ti.
…¡Recién estábamos acordándonos de vos!
…¿Dónde estabas metido vos?
…Necesito hablar en privado contigo, así es que llamame.
Lo subrayo para que se note el arroz con mango o el coctel de leche de coco con aceite de oliva. ¿Tendrá el voseo que cantar, parodiando a Gardel:
Decí, por Dios, ¿qué me has dao
que estoy tan cambiao,
no sé más quién soy…?
No, que Dios no lo quiera.
© ACL. 2019
[1] No se tiene constancia documental del discurso, que su autor leyó, según el acta n.o 2-94, el 6 de abril de 1994, aunque sí el tema: el uso del «vos» en el español de Costa Rica. A la letra, dice el acta: «El señor Dobles diserta, basado en un libro suyo, sobre el uso del ”vos” en Costa Rica. Resalta la multiplicidad de sus usos y casos en que omitirlo puede conducir al enajenamiento cultural».